miércoles, diciembre 26, 2007

(A Aintzane García Gracia)


Quizá nada que ver tuvieran
nunca los muertos con los vivos
ni con los astros, las flores o las olas
y sin embargo adquieren el día de su marcha
un halo especialísimo, como un fulgor de luna
de noche despejada y grandiosa
como un aroma puro de lavandas violetas
como un rumor profundo de playa y de marea
porque en todas las lágrimas se me agolpa el sonido
del batir de sus alas y la atmósfera
intensa de un campo en primavera
y su honda presencia que brota en la memoria
y me llama despacio a contemplar la escarpa
brusca y acantilada donde la tierra acaba,
donde empieza el océano.


( 26/12/07)

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