viernes, noviembre 03, 2006

Días Soleados


Desde Nürnberg a Antwerp, Albretch Dürer viaja despacio. Pocas jornadas bastan para alcanzar su meta. Pero no tiene prisa; en Amberes esperan importantes motivos: su gremio de pintores y su viejo maestro Quintín Metsys y el reflejo dorado que brilla en el aceite, la química secreta de la pintura al óleo.

Recuerda su regreso desde Italia y a los artistas italianos, a Mantegna, a Luini y al propio Leonardo; en los ojos , en los pinceles, el paisaje profundo y soleado de la Lombardía.. El color transparente de las aguas fluviales, de las campiñas verdes y los montes granates bajo el cielo violeta , translucido, soleado en el amanecer de Innsbruck, ya tras los Alpes.

El bosque se cierra poco a poco. Ante sus ojos todas las flores silvestres, las campanillas , los “dientes de león”, todas las altas hierbas. En este paisaje de floresta un caballero se le cruza en silencio, lleva el arnés de guerra de quién debe librar el combate mas enconado que no es otra cosa que soslayar la muerte. Quizá la del espíritu. Sobre el caballo que lleva a la batalla, el caballero ignora el rostro monstruoso de la angustia del tiempo que transcurre implacable como la arena que cae en la clepsidra.

Y al borde del camino una figura alada reflexiona extrañas geometrías, escalas para ascender a mundos ignorados, quien sabe si cercanos a una estrella, extrañas inscripciones sobre el balance final de la existencia que han sumido su rostro melancólico en bruñidas soledades cenitales.

A través de las vidrieras emplomadas del estudio de Fausto, entran oblícuos los rayos de un día luminoso. Se abren paso en silencio rompiendo la penumbra, dividiendo la sombra. El sabio y alquimista ha hallado finalmente el resplandor que trasmuta la materia concreta en arte y en espíritu. Mientras Rembrandt Van Rijn es testigo del hecho sobre una lámina metálica de cobre que barniza y dibuja con puntas y buriles. Fulge el sol en la irisada plancha alisada y rojiza estableciendo un pacto secreto que ata para siempre al maestro a la gloria.

Tras las altas ventanas amanece despacio y en la línea del alba un punto diminuto se aproxima y se agranda poco a poco aumentando el sonido de sus motores roncos. Un “as” del aire , un piloto avezado tripula su aeroplano sobre las nubes rojas, amarillas , violetas; sobre el avión de caza como un arnés de guerra que hace frente a la muerte, defiende la nobleza de un ideal quebrado de libertad y de justicia, abatido por los negros arúspices que han impuesto su égida implacable posponiéndolo todo a otro tiempo improbable del que nadie regrese para pedirles cuentas de todo su artificio. Sobre las nubes blancas el sol de la mañana le señala preciso la ruta de un exilio hacia otros hangares donde los días brillan , allá, sobre el oriente.

Viaja despacio. Pero no tiene prisa; el viaje es un trasunto de la vida, el tránsito es metáfora de la actitud del hombre ante la naturaleza y el mundo, ante el único sentido de las cosas: su bondad, su belleza. Pero cerca de Antwerp , Albretch Dürer medita cuando la claridad rosada de la aurora revela un día nuevo, que nace sobre todos los seres que despiertan a la vida y que heredan el mundo, y también lo iluminan con la luz tenue, renovada y distinta, de la ternura y el afecto, cuando la tierra exulta y fulge la campiña, cuando esplende la hierba, ante los ojos del viajero, del artista, como en estos días ya plenos de sentido, felices, soleados.


Alfredo Piquer Garzón Oct. 2006

1 comentario:

Ruth dijo...

fantástico!!!

cuetsión práctica del blog: tienes que cambiar, en "comentarios",que todo el mundo pueda hacerlos, ahora mismo solo gente con blog y contraseña te puede dejar un comment.
besos