domingo, noviembre 19, 2006


















A Thor Heyerdahl.-

Sumo mi voz , Odín, a la de los Eskaldas
que en los Edda cantaron las hazañas de antaño.
Avezado en combates contra fuerzas oscuras
desde barcos de aire, medusas sobre el viento,
defendiendo los bosques, los fiordos y las rutas
marinas del crepúsculo mineral y temido
donde termina el mundo y los mares se vierten
a plomo en un abismo insondable y vacío,
el último testigo de las sagas del norte
navega entre la bruma sobre un drakkar vikingo;
bellísima a su lado una walkyria trágica
resplandece en la senda final hacia el Walhalla.

En el principio fueron las eras solitarias y frías.
Puentes de hielo inmenso sobre los continentes
vieron cruzar audaces cazadores de pedernal y estopa
de ojos oblicuos y de piel amarilla
tornada en cobre y verde por obra de milenios
de glaciares, ceniza, de salitre y de océanos,
tras las huellas sin número de los mamuts lanudos,
los bisontes, los renos, los uros, los caballos
de roja y encendida carne palpitante,
de hueso útil, de codiciada piel abierta:
las ingentes manadas de estampida de trueno.
Siempre hacia el sur con asombro de bosques
y de lagos y de espíritus tallados en los troncos,
hacia extensas llanuras surcadas de canales
donde brotan las ciudades de jade y obsidiana
de dioses como aves y serpientes de plumas
hacia itsmos de selvas esmeraldas
donde rampan jaguares y acechan anacondas
e ignotas fortalezas se encaraman sobre cumbres
australes donde vuelan los cóndores
siguiendo al sol a alturas indecibles.

Ocultos en antiguas escrituras rúnicas
se esconden los crípticos mensajes,
de laberintos de trazos circulares
grabados en las rocas,memoria indescifrable
de sendas estelares y de derivas naúticas
sobre mares de estrellas, de expertos navegantes
de recuerdo perdido venidos a la tierra en épocas olvidadas .
Desde la costa abrupta donde surgen de súbito
las naves afiladas como dragones ávidos
y hunden la larga quilla que saquea el abismo
para adentrarse sin pausa entre la niebla,
un ancestral guerrero rastrea otras estelas
sembradas en los mares de la historia del mundo.

Para mostrar con hechos, probar con propio esfuerzo
que desde el altiplano, desde la altura aún viva
del tornasol altivo del nevado Illimani,
desde el oro labrado donde habitan,
los dioses angulares, geométricos, con horror al vacío,
cercenado su brillo descendieron
con ansia de archipiélagos de estrechos no surcados
para bogar a lomos de peces vegetales
contra distancias y vientos y mareas
hasta encontrar la tierra de coral y volcanes
las puertas, las entradas soñadas en secreto
al utero materno, la boveda celeste
el retorno anhelado a un nuevo nacimiento
como Kon Tiki y Maui, para unir cielo y tierra
siguiendo al sol, que renace por siempre
más allá de la suma de todo el oleaje.

Tatuados sacerdotes, inspirados chamanes
con las orejas largas, revelaron secretos
ancestrales ocultos, centenarios recuerdos
del futuro, guardados desde tiempos remotos
por los genios del mar, los Aku - Aku
en los mitos tabúes de las múltiples islas.
Quién levantó las extrañas hileras,
desde cuándo los Moais misteriosos,
los pétreos gigantes,los silenciosos dioses
de roca contemplando el océano ausente
que asciende sin frontera y gira constelado
de astros naufragados en torno a las escalas
de las altas pirámides que la selva sagrada,
verde y enfebrecida devora sin descanso
ni cuartel ni resquicio?

Qué historias contarían los gigantes galápagos,
las horrendas iguanas, los pájaros marinos
si apenas fuese suya la memoria perdida
del destello, la imagen fugaz e incomprendida
de una balsa de juncos cruzando el horizonte,
inmóviles los ojos bajo el sol de los siglos
sobre las rocas puras barridas por la espuma.

Para mostrar con hechos que en el tiempo remoto
de los dorados reyes de antiguas dinastías,
marineros de bronce y palabras de piedra
en navíos fluviales desde el delta anegado
se adentraron en las olas oscuras al oeste
siguiendo al sol que renace por siempre.

Tal vez sobre las tierras emergidas de Atlántida,
antes de que las aguas cubriesen sus altares,
acosando volcanes de semblante de nieve
en cuya entraña cúbica quieren dormir los dioses,
desde el inmenso Nilo, el propio dios del Sol, Ra,
atravesó el océano y trazó poliedros
de apilados sillares de hiladas sin respiro,
de sangre y de sudor de arenisca
enigmáticos, sellados como tumbas,
sacrales como templos, sangrientos como aras,
mas allá de la suma total del oleaje.

Dioses pálidos, extenuados, sedientos
de habla ininteligible, venidos desde lejos,
hasta la arena firme que resume el planeta.
Qué estrellas escrutaron sobrecogidos, lívidos
bajo la noche interminable y líquida:
la Polar y la Cruz y los faros del cielo
que traicionan al mar y que delatan
el Norte, el Sur, el Este y el Oeste.
Viva leyenda de los dioses blancos
con saber de pirámides y tumbas escondidas
con infinito asombro insomne descifrando
calladas lejanísimas estrellas giratorias
en lo inmenso de la noche esférica y bruñida.
Como Ulises oyendo, atado al mástil
la irresistible música que canta el universo.

Oh Dios, oh Dios! cuándo olvidaste el mundo?
Qué hado ineluctable nos conminó al exilio?
A qué lugar remoto nos llevó tu designio?
Nada fue fortuito. No sucedió impensado.
Él fue, Thor Heyerdahl el último.
Hombre de dios, hijo de un dios, él mismo un dios
en tránsito perenne hacia la nada.
Nauta de cielos de agua en búsqueda constante
de los borrados rastros de antiguos navegantes
del cosmos, nautas del firmamento que reposan
cubiertos por las lápidas de relieves labrados
de máquinas extrañas bajo los templos Mayas
o efímeros sepulcros silenciosos y azules
de lava transparente de pólipo y madrépora.
El mar jamás opaco, abismo deslumbrado.
Soledad cenital, piel de costra abrasada;
singladura solar de líquido lapislázuli
implacable de oro, de sed y de salitre,
de macerados juncos de papiro
empapadas totoras podridas y escoradas
de navío agotado, agonizante, hundido
en brutal travesía mas allá de sus fuerzas
con juramento firme de caña entrelazada
que desdeña escrituras no trazadas sobre agua
hasta alcanzar su meta obstinada e intensa.

Thor Heyerdahl de nuevo reembarcado,
sobre viento que empuja su ruta hacia el Walhalla
para probar con hechos una antigua teoría
y demostrar sin duda que en el frágil navío
del escaso bagaje de la vida,
la desvalida desnudez humana
el hombre podría tal vez atravesar indemne
su último oceáno y burlar los abismos
de agua oscura insondable y alcanzar otra vida
en las islas que emergen brillantes en el cielo,
vencidas para siempre las olas de la muerte.

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